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A medida que echamos la vista hacia atrás por encontrar en internet viejas películas que vimos de niños, a veces tenemos la suerte de toparnos con películas que teníamos enterradas en la memoria. Películas que quizás su título no nos diga gran cosa, pero que si buscamos información de ellas y de repente vemos su portada… es entonces cuando sucede la magia. Es en ese momento cuando sentimos ese leve escalofrío que nos recorre el cuerpo al sentirnos transportados muchos años atrás, cuando teníamos la suerte de ser impresionables. Conversaciones con amigos y amantes del género también nos ayudan a recordar, y de esa unión surgen viejas/nuevas carátulas para recrearnos de nuevo en el pasado, en esos pasillos llenos de magia de cine de terror. Y gracias a esos factores me encuentro de nuevo compartiendo esas malditas carátulas.

Esta carátula en concreto es una de las que más recuerdo, es extraño que se me hubiese pasado en los dos anteriores posts donde abordaba este tema. Muchísimos años antes de «Indepence Day», «Stargate» y otras películas igualmente olvidables y palomiteras, Roland Emmerich dirigió esta película de terror infantil donde un niño que se comunicaba con el espíritu de su padre por un teléfono de juguete, era acosado por un muñeco de ventrilocuo poseído por el alma de su malvado dueño.

Como pasaba con otras películas de antaño, eran las frases promocionales y el diseño de la fotografía de su portada lo que realmente nos daba miedo. Vista recientemente, esta película aún conserva incluso para el espectador adulto, ese aura de ambiente malsano que rodea la vida de un niño agobiado por peligros sobrenaturales que sólo el cine es capaz de hacernos plantear por muy disparatado e irreal que nos resulte su argumento.

Parece mentira que tan sólo con un teléfono de juguete y un muñeco con aspecto tenebroso nos pudieran impactar de tal manera tantos años atrás.

La película «Cumpleaños sangriento» nos contaba la historia de tres niños nacidos durante el transcurso de un eclipse total de sol. Bajo este argumento tan ridículo, debíamos entender que las tres criaturas desarrollasen un instinto para el asesinato como pocas veces hemos visto en el cine de serie B de los ochenta. A pesar del título, no hay en la película ningún cumpleaños sangriento. De nuevo su carátula extraña y morbosa no era más que otro reclamo para alquilar la película y fascinarnos por la maldad sin límites de los tres niños asesinos. A mí no me importaba que no hubiese tal cumpleaños sangriento, había dado el paso de alquilarla y dejarme llevar por ese miedo inicial que por desgracia en esta película no se confirmaba con un terror global cuando finalizaba el film.

Había ocasiones en las que la carátula era tan impactante, tan elaborada y tan terrorífica que podía impresionar desde el niño más inocente hasta al adulto más serio. Este era el caso de la particular visión de Caperucita Roja que Neil Jordan llevó a cabo bajo el título «En compañía de lobos».

Aún no siendo una película de terror (es más bien una fábula de cuento infantil para adultos) su portada era de las más brillantes y terroríficas que jamás vi en los pasillos del videoclub. Y si a esto añadimos que la película era también una obra tan bien realizada y ejecutada es entonces cuando nos damos cuenta que esta era una de esas películas que se diferenciaban de las demás, no era sólo una carátula de terror. Detrás de eso se encontraba una obra de arte original y sobresaliente.

Hoy en día, Neil Jordan es uno de esos directores que aún habiendo dirigido alguna que otra obra irregular, sigue siendo uno de los grandes del cine europeo que tiene aún mucho por mostrarnos.

Y que decir de la que se convirtió en una de las películas clave de la historia del cine de terror unificando el gore más salvaje con elementos de ciencias ocultas y demonios con aspecto de sadomasoquistas. «Hellraiser», obra maestra del terror ochentero creado por Clive Barker, lo tenía todo para transformarse en un clásico del subgénero de forma casi instantánea.

Original, brutal y con elementos de humor negro «Hellraiser» nos ofrecía también una carátula que aunque sencilla, resultaba terriblemente desagradable. Pinhead rodeado de cadenas, con su traje de cuero ajustado, su mueca de rabia y su caja-puzzle del infierno, ofreciéndonos la más terrible de las situaciones.

Desgraciadamente exprimieron el filón al máximo y convirtieron una obra de arte en una saga cada vez más mediocre y olvidable, caricaturizando el personaje de Pinhead y sus cenobitas en una parodia grotesca de lo que inicialmente fueron.

Si tuviese que escoger tan sólo una de sus continuaciones, elegiría la segunda «Hellbound» que lejos de estar a la altura de la original, resultaba bastante entretenida y respetuosa con su primera parte.

La distribuidora «Vestron Vídeo» hizo mucho por los jóvenes de los ochenta que amaban el cine de terror y la ciencia ficción. A ellos les debemos gran parte de los títulos que hoy en día recordamos como cutres, originales, divertidas y sangrientas.

Como fue el caso de «Kill Bots» conocida por la mayoría como «Robots Asesinos». Esta película de casi serie Z nos presenta a tres robots de seguridad de última generación que un importante centro comercial ha adquirido para la seguridad de sus instalaciones. La primera noche tiene lugar una tormenta eléctrica que altera el funcionamiento de los robots, alterando sus directrices y convirténdolos en máquinas de matar.

Y es aquí donde de nuevo la carátula superaba con creces el metraje de la película; donde un brazo monstruoso y diseccionado carga en una bolsa de la compra los restos humanos de una víctima. La frase «Ir de compras ya nunca será igual», resultaba a la vez divertido y terrorífico.

La película incluso se permitía el lujo de lanzar un alegato social acerca del consumismo excesivo y la proliferación de las grandes superficies.

«Pesadilla en Elm Street» es muy probablemente el caso más grave y obsceno de prostituir una obra maestra del cine de terror que jamás ha tenido lugar.

Este es uno de los pocos casos en los que la carátula se veía eclipsada por una película de terror original, única, violenta y memorable.

Recuerdo que cuando se estrenó en cines no se permitía la entrada a menores no acompañados (resulta increíble que hayamos vivido esas situaciones). Por aquel entonces yo tenía entre cinco y seis años y deseaba ver esta película con toda mi alma. Mi hermano tendría unos once años cuando tuvo la suerte de verla en el cine (acompañado por nuestra tía) y recuerdo como me contaba cada escena, cada muerte, cada pesadilla. Yo lo único que quería era que apareciese como novedad en el videoclub y admirar su carátula unos minutos antes de poder llevarla a casa y por fin sentirme parte de ese universo nuevo que desconocía (un asesino de jóvenes desfigurado con un guante en forma de garra y que resultaba imposible de destruir ya que te asesinaba en sueños).

Cuando llegó el gran día (que recuerdo como si fuese ahora) me veo leyendo mil veces las dos frases (¡dos!) que se podían leer en la carátula: «Si Nancy no consigue despertar inmediatamente, no despertará jamás» y » Una cámara filma, por fin, el interior de una pesadilla».

Ni que decir tiene que desde entonces «Pesadilla en Elm Street» es una de mis películas de terror favoritas de todos los tiempos. Cuando Freddy se llamaba en realidad Fred y provocaba cualquier cosa menos risas.

Y esta es una de esas carátulas que aún sin provocarme miedo, sí que me provocaba una terrible curiosidad. Por aquel entonces ya había visto «La noche de los muertos vivientes» y «Zombi» así que tuve la fortuna de poder disfrutar de la trilogía de George Romero en su orden cronológico.

El cine de zombis era uno de mis géneros favoritos y tenía la suerte de compartir con mi hermano esa pasión. De ese modo podíamos alquilar ambos una película de muertos vivientes cada uno.

Esta fue una de las películas que más veces alquilamos, no recuerdo exactamente cuantas veces fueron pero sin duda superaría la decena.

La carátula era bastante pobre en comparación con la película pero a mí me gustaban esas manos saliendo de la pared dispuestas a atrapar a la protagonista del film. Y esa cara descompuesta del zombi en la esquina inferior de la portada.

Yo tendría unos siete años la primera vez que la vi y fue entonces cuando descubrí que las heroínas podían ser tan duras o más que los héroes musculados y armados hasta los dientes. La actriz protagonista, Lori Cardille, sigue siendo a día de hoy mi heroína favorita del cine de terror y «El día de los muertos» sigue sin aburrirme por mucho que la siga viendo más de veinte años después.