Archivos de la categoría ‘Cine’


Dicen que la genialidad no es tal o no es digna de ser calificada como don o facultad divina si no viene acompañada de la locura. La familia Panero es el ejemplo más conciso e insólito de que genio y locura han de aunarse para conformar una vida y obra de carácter casi impecable, casi redonda, casi brillante.

Y si no es brillante del todo es porque en ningún caso se puede palpar la esencia de la palabra y la poesía desde la luz, siempre ha de ser desde las sombras más recónditas y crueles del propio subconsciente humano.

El director Jaime Chávarri acertó de pleno rodando este documental mítico, esta joya repleta de impurezas salvajes donde los Panero no hacen otra cosa que actuar como ellos mismos eran frente a una cámara privilegiada que captó toda la esencia de un núcleo familiar maldito y felizmente consciente de ello.

Jamás se habrá visto o se podrá ver con una sinceridad tan arrolladora y aplastante, unas reflexiones tan directas y mordaces, tan geniales y agresivas. Los Panero utilizan su palabra para atacar la hipocresía del régimen, de la familia, de las clases sociales y de la esclavitud que supone cargar con dones que pesan como losas.

Es extraordinario observar cómo la esposa del denominado poeta del franquismo recuerda y analiza una vida no demasiado feliz desde una perspectiva tan optimista y llena de ese amor tan puro que resulta tremendamente impactante conforme refresca su memoria a través de retazos que rompen el corazón del espectador no se sabe si de ternura o de pura lástima.

Sus hijos son los que realmente se comen el documental a dentalladas de visceralidad y genio, especialmente Leopoldo María, que a pesar de intervenir prácticamente en el desenlace del film eclipsa desde la ausencia al padre, a la madre, a sus hermanos y a un pasado común y lleno de recovecos extraños.

El Desencanto es mucho más que un documental al uso, es un trabajo de sinceridad arrolladora, una película de un terror tan real y descarnado que duele incluso después de haber finalizado la desnudez de la palabra de la familia Panero.  Es casi un insulto intentar desglosar o explicar el contenido de esta obra, es de obligado visionado para cualquier espectador que quiera vivir una experiencia diferente y que deja huella.

Desencanto… nunca una palabra tuvo tantísimo sentido, es el sentimiento que se aloja en el corazón de todo aquel que se arriesga a cruzar las puertas de los Panero. Unas puertas que se cerrarán tras nuestras espaldas para siempre dejando un poco de nuestro optimismo falso y costumbrista en su interior. Y el desencanto siempre será mejor porque es más palpable y real que cualquier otro sentimiento.


A medida que echamos la vista hacia atrás por encontrar en internet viejas películas que vimos de niños, a veces tenemos la suerte de toparnos con películas que teníamos enterradas en la memoria. Películas que quizás su título no nos diga gran cosa, pero que si buscamos información de ellas y de repente vemos su portada… es entonces cuando sucede la magia. Es en ese momento cuando sentimos ese leve escalofrío que nos recorre el cuerpo al sentirnos transportados muchos años atrás, cuando teníamos la suerte de ser impresionables. Conversaciones con amigos y amantes del género también nos ayudan a recordar, y de esa unión surgen viejas/nuevas carátulas para recrearnos de nuevo en el pasado, en esos pasillos llenos de magia de cine de terror. Y gracias a esos factores me encuentro de nuevo compartiendo esas malditas carátulas.

Esta carátula en concreto es una de las que más recuerdo, es extraño que se me hubiese pasado en los dos anteriores posts donde abordaba este tema. Muchísimos años antes de «Indepence Day», «Stargate» y otras películas igualmente olvidables y palomiteras, Roland Emmerich dirigió esta película de terror infantil donde un niño que se comunicaba con el espíritu de su padre por un teléfono de juguete, era acosado por un muñeco de ventrilocuo poseído por el alma de su malvado dueño.

Como pasaba con otras películas de antaño, eran las frases promocionales y el diseño de la fotografía de su portada lo que realmente nos daba miedo. Vista recientemente, esta película aún conserva incluso para el espectador adulto, ese aura de ambiente malsano que rodea la vida de un niño agobiado por peligros sobrenaturales que sólo el cine es capaz de hacernos plantear por muy disparatado e irreal que nos resulte su argumento.

Parece mentira que tan sólo con un teléfono de juguete y un muñeco con aspecto tenebroso nos pudieran impactar de tal manera tantos años atrás.

La película «Cumpleaños sangriento» nos contaba la historia de tres niños nacidos durante el transcurso de un eclipse total de sol. Bajo este argumento tan ridículo, debíamos entender que las tres criaturas desarrollasen un instinto para el asesinato como pocas veces hemos visto en el cine de serie B de los ochenta. A pesar del título, no hay en la película ningún cumpleaños sangriento. De nuevo su carátula extraña y morbosa no era más que otro reclamo para alquilar la película y fascinarnos por la maldad sin límites de los tres niños asesinos. A mí no me importaba que no hubiese tal cumpleaños sangriento, había dado el paso de alquilarla y dejarme llevar por ese miedo inicial que por desgracia en esta película no se confirmaba con un terror global cuando finalizaba el film.

Había ocasiones en las que la carátula era tan impactante, tan elaborada y tan terrorífica que podía impresionar desde el niño más inocente hasta al adulto más serio. Este era el caso de la particular visión de Caperucita Roja que Neil Jordan llevó a cabo bajo el título «En compañía de lobos».

Aún no siendo una película de terror (es más bien una fábula de cuento infantil para adultos) su portada era de las más brillantes y terroríficas que jamás vi en los pasillos del videoclub. Y si a esto añadimos que la película era también una obra tan bien realizada y ejecutada es entonces cuando nos damos cuenta que esta era una de esas películas que se diferenciaban de las demás, no era sólo una carátula de terror. Detrás de eso se encontraba una obra de arte original y sobresaliente.

Hoy en día, Neil Jordan es uno de esos directores que aún habiendo dirigido alguna que otra obra irregular, sigue siendo uno de los grandes del cine europeo que tiene aún mucho por mostrarnos.

Y que decir de la que se convirtió en una de las películas clave de la historia del cine de terror unificando el gore más salvaje con elementos de ciencias ocultas y demonios con aspecto de sadomasoquistas. «Hellraiser», obra maestra del terror ochentero creado por Clive Barker, lo tenía todo para transformarse en un clásico del subgénero de forma casi instantánea.

Original, brutal y con elementos de humor negro «Hellraiser» nos ofrecía también una carátula que aunque sencilla, resultaba terriblemente desagradable. Pinhead rodeado de cadenas, con su traje de cuero ajustado, su mueca de rabia y su caja-puzzle del infierno, ofreciéndonos la más terrible de las situaciones.

Desgraciadamente exprimieron el filón al máximo y convirtieron una obra de arte en una saga cada vez más mediocre y olvidable, caricaturizando el personaje de Pinhead y sus cenobitas en una parodia grotesca de lo que inicialmente fueron.

Si tuviese que escoger tan sólo una de sus continuaciones, elegiría la segunda «Hellbound» que lejos de estar a la altura de la original, resultaba bastante entretenida y respetuosa con su primera parte.

La distribuidora «Vestron Vídeo» hizo mucho por los jóvenes de los ochenta que amaban el cine de terror y la ciencia ficción. A ellos les debemos gran parte de los títulos que hoy en día recordamos como cutres, originales, divertidas y sangrientas.

Como fue el caso de «Kill Bots» conocida por la mayoría como «Robots Asesinos». Esta película de casi serie Z nos presenta a tres robots de seguridad de última generación que un importante centro comercial ha adquirido para la seguridad de sus instalaciones. La primera noche tiene lugar una tormenta eléctrica que altera el funcionamiento de los robots, alterando sus directrices y convirténdolos en máquinas de matar.

Y es aquí donde de nuevo la carátula superaba con creces el metraje de la película; donde un brazo monstruoso y diseccionado carga en una bolsa de la compra los restos humanos de una víctima. La frase «Ir de compras ya nunca será igual», resultaba a la vez divertido y terrorífico.

La película incluso se permitía el lujo de lanzar un alegato social acerca del consumismo excesivo y la proliferación de las grandes superficies.

«Pesadilla en Elm Street» es muy probablemente el caso más grave y obsceno de prostituir una obra maestra del cine de terror que jamás ha tenido lugar.

Este es uno de los pocos casos en los que la carátula se veía eclipsada por una película de terror original, única, violenta y memorable.

Recuerdo que cuando se estrenó en cines no se permitía la entrada a menores no acompañados (resulta increíble que hayamos vivido esas situaciones). Por aquel entonces yo tenía entre cinco y seis años y deseaba ver esta película con toda mi alma. Mi hermano tendría unos once años cuando tuvo la suerte de verla en el cine (acompañado por nuestra tía) y recuerdo como me contaba cada escena, cada muerte, cada pesadilla. Yo lo único que quería era que apareciese como novedad en el videoclub y admirar su carátula unos minutos antes de poder llevarla a casa y por fin sentirme parte de ese universo nuevo que desconocía (un asesino de jóvenes desfigurado con un guante en forma de garra y que resultaba imposible de destruir ya que te asesinaba en sueños).

Cuando llegó el gran día (que recuerdo como si fuese ahora) me veo leyendo mil veces las dos frases (¡dos!) que se podían leer en la carátula: «Si Nancy no consigue despertar inmediatamente, no despertará jamás» y » Una cámara filma, por fin, el interior de una pesadilla».

Ni que decir tiene que desde entonces «Pesadilla en Elm Street» es una de mis películas de terror favoritas de todos los tiempos. Cuando Freddy se llamaba en realidad Fred y provocaba cualquier cosa menos risas.

Y esta es una de esas carátulas que aún sin provocarme miedo, sí que me provocaba una terrible curiosidad. Por aquel entonces ya había visto «La noche de los muertos vivientes» y «Zombi» así que tuve la fortuna de poder disfrutar de la trilogía de George Romero en su orden cronológico.

El cine de zombis era uno de mis géneros favoritos y tenía la suerte de compartir con mi hermano esa pasión. De ese modo podíamos alquilar ambos una película de muertos vivientes cada uno.

Esta fue una de las películas que más veces alquilamos, no recuerdo exactamente cuantas veces fueron pero sin duda superaría la decena.

La carátula era bastante pobre en comparación con la película pero a mí me gustaban esas manos saliendo de la pared dispuestas a atrapar a la protagonista del film. Y esa cara descompuesta del zombi en la esquina inferior de la portada.

Yo tendría unos siete años la primera vez que la vi y fue entonces cuando descubrí que las heroínas podían ser tan duras o más que los héroes musculados y armados hasta los dientes. La actriz protagonista, Lori Cardille, sigue siendo a día de hoy mi heroína favorita del cine de terror y «El día de los muertos» sigue sin aburrirme por mucho que la siga viendo más de veinte años después.


El musical es un género que siempre ha estado presente en el mundo del cine. Hay cientos, miles de películas que han empleado la música como reclamo cómico o dramático para ampliar o reforzar la fuerza de su historia, de sus personajes, de su drama.

Muchas ellas serán siempre recordadas, como es el caso de West Side Story, Grease, The Rocky Horror Picture Show y tantísimas otras.

En este caso, nos referimos a una película musical que años antes de convertirse en celuloide, ya cosechó un grandioso éxito de crítica y público por lo original de su argumento y la belleza de sus canciones.

En el año 1998, John Cameron Mitchell sorprendió al público con la historia de Hedwig, un transexual de la República Democrática Alemana que tras una intervención mal realizada y un pasado romántico desastroso, decide formar un grupo de música en el que contar sus historias y sus desvaríos.

Tan sólo tres años más tarde (para entonces el musical ya se había transformado en una obra de culto con miles de fans) se decide a convertirse en largometraje. John Cameron Mitchell se encargaría de interpretar el papel protagonista, escribir el guión y asumir la dirección.

El resultado sorprendió incluso a los productores. El film unificaba con un estilo fresco y original el musical más inteligente con sólidas interpretaciones, pegadizas letras y un guión tan divertido como trágico. La película ganó en el festival de Sundance en 2001, el premio del público y el premio al mejor director.

En «Hedwig and The Angry Inch» conocemos a Hansel, un niño creativo y gran amante de la música que vive con su madre en la Alemania dividida. Tras encontrar a Luther, un soldado americano que se enamora de él, adopta el nombre de su madre y se somete a una intervención de cambio de sexo para poder casarse y huir a Estados Unidos.  La intervención es un fracaso y el resultado es una vagina inexistente y una pulgada de pene (a la que Hedwig se refiere como «angry inch»; pulgada enfadada).

Tiempo después es abandonada por Luther y es entonces cuando forma su grupo y convierte su drama y su búsqueda del amor en canciones con las que descargar los pormenores de su insólita historia. Pero tras conocer y enamorarse de Tommy Gnosis, todo se vuelve aún más trágico, ya que le roba sus canciones y se convierte en una super estrella de la música, dejando a Hedwig de lado.

Hedwig que se autoproclama «la internacionalmente desconocida», persigue las giras de Tommy frustrada y resentida, incansable ante la búsqueda imposible del verdadero amor.

Con un estilo glam-rock potente y vibrante claramente influenciado (y mencionado en el film)  por artistas como Lou Reed, Iggy Pop o David Bowie, «Hedwig and The Angry Inch» es una película de obligado visionado no sólo para los amantes de los musicales, sino también para los amantes del buen cine. Ese cine que resulta ser a la vez irreverente, mordaz y sincero.

También los amantes de la música se verán arrastrados por las letras de Hedwig; rotundas, divertidas, directas y desgarradoras.

Por estos argumentos y muchísimos otros que reúne la película, se puede afirmar que este trabajo es uno de los más completos y enriquecedores que ha dado el séptimo arte en los últimos años.


Recientemente se publicó en este blog una entrada dedicada a una película titulada «A Serbian Film». En el artículo procuramos ser totalmente objetivos, criticándola como lo que es. Esto es, una película de ficción.

La entrada que le dedicamos a este film no tuvo muchas visitas. Y de repente se convierte en una de las más visitadas del blog. Esto es debido casi con total seguridad a la campaña de desprestigio a la que está siendo sometida por diversos medios de comunicación.

Esto ya ha ocurrido con mucha frecuencia en el pasado con títulos como «Holocausto Caníbal», «Nekromantik», «Saló», «Pesadillas de una mente enferma» y tantas otras.

«Saló» fue prohibida y atacada de una manera feroz (mucho más feroz que los actos que se perpetran en la película) y hoy en día es considerada una obra maestra que se incluye en libros de cine donde Pasolini (su director) es calificado como uno de los grandes directores del cine europeo.

Muchos años después apareció una película llamada «Holocausto Caníbal» que recibió muchas más piedras por parte del público más conservador y de los medios «serios» más conocidos. Como fue en España, donde la revista Interviú publicó escenas de la película intentando venderla como una snuff, donde las muertes eran reales al 100%. Eran conscientes que se trataba de una película de ficción, pero curiosamente ese mes se tripilicaron las ventas de la revista. ¿Se censura el film y no el medio divulgativo que la ofrece con mentiras a sus lectores para vender más ejemplares? Es curioso que a día de hoy haya gente que aún crea que las muertes que se ven en la película son de verdad, como también es curioso que su director esté preparando un remake y le hayan llovido ofertas de múltiples productoras denominadas «serias».

En la Alemania de los años ochenta aparece «Nekromantik» donde se detalla la vida de una pareja de necrófilos. Obviamente la censura no tardó en aparecer. Se quemaron los negativos y se prohibió su visionado. Años más tarde aparece una segunda parte que también es perseguida por las mentes bien pensantes. ¿Qué ha pasado hoy con Nekromantik? No hay más que buscarlo en internet: descargas directas, camisetas, chapas, lujosas ediciones de dos discos en DVD…

Esto es lo que crea la censura, expectación. Y la expectación es un enorme reclamo publicitario. ¿Quién no ha visto en su vida por lo menos una película porque ha leído que fue censurada o prohibida en el momento de su estreno?

Lo que está claro es que la censura además de innecesaria es torpe. La censura vende y los personajes que pretenden enterrar el arte parecen no darse cuenta de ello.

¡Esto no es arte! dirían algunos. ¿El Marqués de Sade no es arte, no es arte «Saturno devorando a un hijo» de Goya? No pretendo comparar A Serbian Film con Sade, Goya y otros geniales artistas del pasado ya que siendo objetivo veo A Serbian Film como una película con una trama muy mediocre que sirve tan sólo como vehículo para mostrarnos sus truculentas imágenes. No la defiendo porque me haya gustado, porque no es así. La defiendo como defendería cualquier libro, película, cuadro o escultura que haya sido condenada por unos pocos porque la consideran de una pésima catadura moral.

Con el cine podemos ser juiciosos, para eso está ahí al fin y al cabo. Pero no se puede ser juez, jurado y verdugo de un producto diseñado para entretener al público.

Ya lo explicó el director Michael Haneke cuando se presentó «Funny Games» en 1997. Si algo no te gusta, simplemente te levantas y te vas.

Muchas personas la critican porque temen que estas imágenes puedan alimentar los deseos de espectadores enfermos, pedófilos o psicópatas. Pero el cine no tiene tanta fuerza, ya se ha visto en innumerables ocasiones como asesinos que alegaron haber actuado así por ver esta o aquella película se acababan retractando una vez condenados. Tan sólo buscaban una excusa para salvar el pellejo. Una excusa ridícula, en realidad.

¿Qué pasará con la nueva película condenada A Serbian Film? Pues lo que ha pasado siempre, que los distribuidores de todos los países estarán frotándose las manos para conseguir su distribución en DVD y canales de pago, que en unos meses la veremos en la sección terror o drama de nuestra tienda habitual y que será olvidada de un día para otro. Hasta que aparezca otra película para llenar huecos en programas de máxima audiendia o en periódicos de gran tirada nacional.


Tras el rotundo éxito de «Mulholland Drive» muchos se preguntaban que sería lo siguiente del siempre insólito David Lynch.

Poco antes de estrenarse «INLAND EMPIRE» y con ese ambiguo y extraño sentido del humor que caracteriza al director, adelantó que su siguiente film trataría sobre una mujer en problemas. Tan sólo eso.

Tras un rodaje que duró más de dos años (Lynch dirigía la película como un puzzle, grabando escenas que le venían a la mente) y muchísimas conjeturas acerca de la sinopsis o el hilo argumental de su siguiente obra, ésta se estrenó finalmente en el año 2006.

El argumento en un principio parece sencillo: Una actriz (Laura Dern) consigue un papel en una importante película que en realidad se trata de un remake inacabado por considerarse maldito. Pero una película de David Lynch siempre irá mucho más allá de historias convencionales y lo que parece una sinopsis sencilla se transforma poco a poco en una pesadilla de imágenes inconexas, de sueños e imaginaciones, de frustraciones y engaños, de deseos y obsesiones.

Lynch logra con «INLAND EMPIRE» introducirse en una amalgama de sensaciones reales e imaginarias, plasma con su cámara digital el terror de lo que va más allá de lo que pueden ver nuestros ojos en el mundo que nos rodea.

Nikki Grace (Laura Dern) se ve desdoblada entre sí misma, el papel que interpreta en el film, lo que podría haber sido y lo que también pudo haber sido.

Esta suma de personalidades sumergen al espectador en una pesadilla donde nada es lo que parece y donde nada parece tener sentido ya que ni ella misma es capaz de discernir la realidad de la fantasía, el cine de su propia vida.

Como si no fuese suficiente con esto, Lynch incluye pistas o mejor dicho falsas pistas para despistar aún más al espectador (un reto apasionante que la mayoría confunden con tomadura de pelo) como secuencias de su obra «Rabbits» donde los conejos de grandes cabezas parecen saber mucho acerca del misterio que rodea a la protagonista.

Sería imposible afirmar de manera concisa que se ha entendido la estructura del film o que se ha llegado a averiguar cada extraña forma de esta película hasta poder desgranarla y darle una forma más comprensible.

«INLAND EMPIRE» es una película muy oscura, llena de recovecos, incomprensible para cualquiera y no por ello deja de ser una obra importantísima de la filmografía de su director. El mérito radica en que sus imágenes, su música (compuesta por el propio Lynch) y sus secuencias de rompecabezas logran impactar al espectador. O la amas o la odias, no hay término medio. Si tienes la fortuna de amarla te atrapa en sus redes y te pierdes en esos terribles laberintos sin salida donde nada es lo que parece y donde a cada paso que das te encuentras cada vez más y más perdido.

Como en el mundo de los sueños, la aventura radica en no saber como acabará ese viaje. Con «INLAND EMPIRE» pasa exactamente lo mismo. Lo importante es vivir el sueño y dejar a un lado la realidad durante tres horas de metraje.

Un año después de su estreno, David Lynch presentó un film titulado «More things that happened» donde añadió metraje que se quedó fuera de la obra inicial. Sólo recomendable para los amantes de su predecesora, en una hora y veinte minutos volvemos a sumergirnos de nuevo en el particular universo de «INLAND EMPIRE».